sábado, 9 de septiembre de 2017

Preguntas para el practico de la película YO ROBOT
plazo de entrega viernes 15-9



  1. Cuales son las 3 leyes de la IA? (Inteligencia Artificial)
  2. Cuales son las que se rompen?
  3. Que objetos que aparecen en la película se están usando ahora?
  4. Que trabajos, que se ven en la película, los robot han remplazado al hombre?
  5. A que cosas llegaron los robot a imitar al hombre
  6. Por que se armo la revolución

 ¿Cómo pueden influir los avances tecnológicos en la vida humana?

¿Cómo pueden convivir los robots con los humanos realizando distintas tareas de ayuda?

¿Es posible que el robot pueda sustituir al humano en todas las tareas? 

¿Un robot puede llegar a tener sentimientos? 

¿Podría pensar?

  • ¿Qué diferencias existen entre un robot y un androide? ¿Qué utilidad tienen los robots hoy en día? ¿En qué ámbitos de nuestra vida diaria se utilizan?
  • hasta qué punto el contenido central de la película, en la actualidad, pertenece a la Ciencia Ficción y qué perspectivas hay de futuro.
  • Constatar cuáles son los elementos tecnológicos novedosos que ofrece la película y las posibilidades científicas de que éstos se hagan realidad.
  • ¿Qué es un holograma?
  1. ¿Qué órganos del cuerpo humano pueden ser trasplantados hasta el momento?
  2. ¿Qué consecuencias pueden producirse tras un trasplante?
  3. ¿Existen órganos artificiales? ¿Cuáles?
  • Buscar información sobre los cambios que ha sufrido nuestra ciudad en los últimos años. ¿Los cambios que se muestran en la película son consecuentes con la información que tú has obtenido? ¿Dentro de qué ámbitos se notan mayores progresos?

en las calles hay un robot paseando. Mensajeros, basureros, paseando perros, llevando grandes cargas o simplemente acompañando a sus amos, incluso algunos pueden apreciarse dentro de comercios, edificios o ventanas.

Cuando una persona se define como tecnofóbica o tecnofílica 
¿qué queremos decir? 


“Por muchos años que transcurran, por muchos avances que logre obtener la ciencia, el ser humano jamás será capaz de crear una criatura con posibilidad de amar, sentir, soñar, padecer, reír, llorar, sufrir. 
Ese es un privilegio reservado únicamente a Dios y a la madre naturaleza”.

2001, una odisea en el espacio (1968)
The Matrix (1999)
Tron (1982)
  Inteligencia artificial (2001)

Obras de Asimov
•     (1950): Un guijarro en el cielo. Pebble in the Sky(1951): 
En la arena estelar. The Stars Like Dust
•     (1951): Fundación. Foundation
•     (1951): ¡Como se Divertían!. The Fun They Had
•     (1952): Fundación e Imperio. Foundation and Empire
•     (1952): Las corrientes del espacio. The Currents of Space
•     (1952): Ranger del espacio. Lucky Starr. Space Ranger, como Paul French
•     (1953): Segunda Fundación. Second Foundation
•     (1953): Los piratas de los asteroides. Lucky Starr and the Pirates of the Asteroids, como Paul French
•     (1954): Las bóvedas de acero. The Caves of Steel
•     (1954): Los océanos de Venus. Lucky Starr and the Oceans of Venus, como Paul French

sábado, 2 de septiembre de 2017

NUEVO PARADIGMA EN LA EDUCACIÓN, PARA ANALIZAR...

Preguntas incómodas a la hora de aprender

La omnipresencia de dispositivos digitales conectados a Internet podría estar cambiando uno de los principales pilares de la civilización.

Por Ariel Torres

¿Cuál es la bebida nacional de Finlandia? ¿Cuál es la diferencia entre el anís y el anís estrellado? ¿Por qué las albóndigas no están saliendo como en el restaurante o como las de la nona? ¿Cómo se corta la madera con un serrucho? ¿Cómo se desarma esta notebook, cómo se aumenta la presión en esta caldera, cuál es la mejor forma de combatir la cochinilla?

Hubo una época en la que había una época para aprender y otra para aplicar lo aprendido. En esta segunda etapa adquirías una serie de conocimientos asociados a tu oficio, con lo que obtenías algo llamado experiencia. De todo lo demás, poco. Pese a que, como decimos aquí, "todos los días se aprende algo". Lo que, para ser honestos, no era exactamente así. A lo sumo, aprendías alguna cosita nueva cada tres o cuatro meses.

Hoy, en cambio, es muy difícil no aprender algo todos los días. Pero, aunque esto impresiona, la omnipresencia de computadoras de bolsillo conectadas con Internet está causando un cambio más profundo. Ese cambio quizá esté relacionado con lo que entendemos por aprender.

La interpretación simplificada de esta mutación asegura que ya no es necesario aprender nada, mucho menos saberlo, "porque todo está en Internet". Como ocurre en general con las simplificaciones, este modo de razonar contiene un número de falacias. En mi opinión, es más bien al revés. Parafraseando a Lucrecio, creo que en el aprendizaje se cumple la regla del ex nihilo nihil fit ("de la nada, nada sale"). O sea, que la Wikipedia no te va a servir de mucho si sos un cabeza hueca .

Además, no estoy hablando de consultar una enciclopedia, sino de aprender algo. Lo que me lleva a dos escenas. La primera tiene que ver con una caja que abrí el otro día y en la que encontré mi cuaderno de primer grado. Me causó una fuerte impresión la torpeza de ese chico para producir texto, y también me llamó la atención el método usado en esa época, la de los palotes. Eran páginas y páginas de palotes durante muchos meses. Mi hermano, dos años menor, empezó a leer y escribir por las suyas antes de empezar la escuela, sólo observando mis esfuerzos. La hazaña se convirtió en otra anécdota familiar, pero siempre me quedó la duda. ¿Realmente había que invertir tanto tiempo para incorporar la lectoescritura? ¿O ese era un procedimiento que nadie había puesto nunca en duda porque las cosas siempre se habían hecho así?

Medio siglo después, una colega me comenta que su hija de 5 años estaba empecinada en aprender a leer. Sin tiempo ni destrezas para la propedéutica, y dada la inquebrantable insistencia de la pequeña, buscó ayuda en YouTube. La niña era capaz de reconocer las letras, pero podía decodificar oraciones. Gracias a una serie llamada El Monosílabo, en tres o cuatro días estaba leyendo.


OK, no, calma, no voy a Proponer reemplazar a los docentes por títeres de monos. Para empezar, porque esta niña tenía la intención de aprender a leer; habría funcionado igual con un docente, un títere o un hermano mayor. Además, es evidente que no deberíamos dejar librado el aprendizaje (especialmente de algo tan básico como la lectoescritura) a la voluntad de los niños. De hecho, deberíamos ocuparnos especialmente de aquellos a quienes les cuesta más o que parecen no tener interés. Un buen docente hará allí la diferencia.

En todo caso, no estoy reflexionando sobre el sistema educativo, aunque las preguntas que siguen casi sin duda son relevantes en tal análisis. Me interesa pensar en qué quiere decir "aprender" hoy. No tengo casi ninguna respuesta, pero sé que estas preguntas son incómodas. Son, por lo tanto, significativas.
Por ejemplo, es evidente que tuvimos que adaptar nuestros métodos de enseñanza a las tecnologías disponibles. Ese cuaderno, el lápiz negro y la goma de borrar eran las tecnologías que tenían los maestros hace medio siglo para enseñarnos a leer y escribir. ¿Eso garantiza que aquél fuera el mejor método para esa educación?
Cuando estudiaba griego clásico, en la universidad, habría dado lo que no tenía por una herramienta como el Proyecto Perseo. Pero tuve que limitarme al diccionario y la gramática. ¿Acaso no aprendí? Sí, y mucho. De hecho, traduje Edipo Rey completo, porque las versiones que había leído me parecían excesivamente acartonadas. Pero todo ese aprendizaje fue más mérito de una profesora enorme, Delia Deli, que de la tecnología del papel. A Delia el Proyecto Perseo le habría fascinado, estoy seguro.
En medio siglo, pasamos de manuales impresos a cursos en realidad virtual. Allí donde no hay margen de error (por ejemplo, en el espacio), esta metodología es clave.
Nunca entendí la guitarra. Por mucho que me la explicaron. No es que tenga facilidad para la música. Todo lo contrario. Sólo lo paso muy bien tocando. El piano lo aprendí de muy chico, así que incorporé su lógica. Amigos leales y frustrados profesores hicieron lo imposible (quiero decir, hasta la exasperación) por hacerme entender la lógica de la distribución de las notas en una guitarra. Sin éxito. Hasta que dí con Steve Stine en YouTube, que es una máquina de tirar tips. Cierto que todavía me falta mucho por recorrer, pero al menos ya sé dónde estoy parado. Cierto es también que se corre el riesgo, como apunta uno de los comentaristas en el sitio, que uno puede caer en la tentación de no ir más allá de estos tips. Pero eso no cambia el hecho de que empiezo a tener un mapa mental de dónde está cada nota en las seis cuerdas.
Más música. Cuando tus intereses discográficos son, digamos, desmesurados, no hay fortuna ni tiempo libre que alcance para satisfacer tanta curiosidad. Por cada disco que he comprado hay miles que nunca podré siquiera escuchar por arriba. Entra en escena Spotify, de uno de cuyos lados menos conocidos hablé aquí, y que me ha revelado en estos meses, desde que escribí aquella nota, otra virtud inesperada. Con todo y algunas ausencias notorias y lagunas notables, la plataforma permite acceder a una enormidad de música rápidamente, entablar relaciones entre las obras y, de nuevo, aprender algo que, de otro modo, demandaría un capital en dinero y tiempo astronómico.
Aviones. Siempre me gustaron. Nunca pude incorporar marcas, modelos, características. Los juegos, desde el clásico Flight Simulator hasta el arduo Falcon 4, me enseñaron todo eso, y lo aprendí sin darme cuenta. Esto no es nuevo y hasta tiene su nombre, edutainment, sólo que ni el Flight Simulator ni el Falcon 4 ni ninguno de los otros títulos del género caían en la categoría del entretenimiento educativo. Pero es evidente que jugar sirve para memorizar.
Memorizar tiene mala fama. También quiero poner en duda eso. Una cosa es convertirse en un loro erudito y otra contar con puntos de partida. Porque ex nihilo nihil fit. Y porque cuantas más cosas hemos memorizado -nombres de árboles, fechas históricas, vidas y obra BUEs, conceptos-, más somos conscientes de lo que no sabemos (sí, soy socrático hasta el tuétano), y eso acicatea todavía más nuestra curiosidad.
Me pregunto, con entera humildad, si no existe en este nuevo estado de cosas una clave para replantear el aprendizaje. Hubo una época en la que era importante saber. Sigue siéndolo, pero hoy, creo, eso constituye el grado cero del conocimiento. Tal vez sea tiempo de orientar las velas hacia otros vientos. Los de la curiosidad, la duda y la pregunta.
Ariel Torres 
Diario La Nacion
Muy bueno Ariel y Gracias.

sábado, 24 de junio de 2017

Un ICONO de la telefonía movil

El iPhone cumple 10 años, pero parece que fue ayer


por Ariel Torres
El viernes 29 de junio de 2007 empezaba a venderse el smartphone de Apple, que arrasaría con una industria y crearía una nueva
Uno creería que aquél 9 de enero de 2007, cuando Steve Jobs presentó el primer iPhone, los altos ejecutivos, jefes de ingeniería y responsables de diseño de BlackBerry, Motorola y Nokia sintieron que sus mundos colapsaban. Pero no fue así. La reacción fue mayormente de negación. Apple hacía computadoras, no teléfonos. Entre las tres compañías manejaban cómodamente el mercado de los celulares, y los chicos de la manzanita todavía debería vérselas con los incansables e industriosos surcoreanos. Steve Ballmer, CEO de Microsoft, se rió del nuevo producto de Apple.
Los dueños de la telefonía celular tuvieron casi seis meses para hacer algo, para empezar a prepararse, para reaccionar. El iPhone llegaría al público el 29 de junio de ese año. Fue viernes. Ese fin de semana se vendieron tantos equipos que hasta existe un debate al respecto. Los medios dieron cifras tan disímiles como 250.000 y 700.000. El balance de AT&T, el único autorizado a vender el iPhone en aquél momento, refleja que se despacharon 145.000 ejemplares. Tampoco esto puso en alerta a los emperadores de la telefonía celular. En rigor, encontraron que las ventas "habían sido tibias". Sí, sólo que nadie hacía cola para comprar un teléfono de sus marcas. Sólo que la distribución de Apple estaba limitada a algunas ciudades de Estados Unidos. Hoy sabemos que tal juicio fue miope. Nueve años después, en julio de 2016, Apple alcanzó el hito de los 1000 millones de iPhones vendidos.Además, era sólo una presentación. Ya se vería si después, en el mundo real, las cosas eran tan lindas y fluidas como las había mostrado el CEO de Apple.

Samsung y LG, siempre más pragmáticas, se adaptaron rápidamente. En 2005 Google había comprado una startup que estaba diseñando un sistema operativo para cámaras digitales -rubro que por entonces explotaba-, y en septiembre de 2008 saldría al mercado el primer equipo con Android, el HTC Dream. Sería otra de las compañías que, gracias a esta sinergia, pasarían a ocupar el lugar de los caídos en desgracia.Impresiona volver a ver la presentación de Jobs en la Macworld de 2007. En el curso de 80 minutos borró del mapa una industria. No lo sabían por entonces, pero los tres gigantes estaban destinados a desaparecer. Nokia, en aquél momento el mayor vendedor de celulares del mundo, pasó a manos de Microsoft, y la licencia para usar la marca en móviles fue adquirida por la finlandesa HDM Global. Motorola Mobility, que había inventado el celular 34 años antes, fue adquirida por Google y luego se la quedó Lenovo. BlackBerry, que había impuesto la idea del smartphone, dejó de fabricar teléfonos en septiembre de 2016, luego de declinar durante casi una década.

Pero el keynote de Jobs impresiona por otro motivo. El hombre está mostrando el futuro, está hablando de la forma en que hacemos las cosas hoy, una década después. El video parece filmado ayer.

Por lo general, las presentaciones de productos (incluso las de Apple ahora) están preparadas para mostrar lo que estaremos comprando en los próximos meses. No lo que usaremos dentro de 10 años. Diez años es, además, una enormidad en tecnología. Nadie, hoy, se atrevería a anticipar lo que estaremos usando en 2027.

Jobs hizo exactamente eso. Más aún, su presentación da cuenta no ya de los dispositivos y tecnologías que estaríamos usando una década después, sino también de cómo eso influiría en nuestras vidas. El de hoy es un mundo de teléfonos inteligentes con pantalla táctil, con una interfaz basada en software y no en teclados y botones físicos, fuertemente visuales, con funciones avanzadas de audio y video, conectados a Internet, repletos de sensores (el primer iPhone ya tenía tres) y en los que, como anticipó en 2007 el CEO de Apple, "llevamos nuestra vida en el bolsillo".


Tu peor pesadilla
El 29 de junio de 2007 la peor pesadilla de la industria de la telefonía celular (de cualquier industria, en rigor) se hizo realidad. El iPhone que la gente se sacaba en las manos luego de hacer horas de cola frente a los Apple Store, no el de la presentación de enero, sino el verdadero, era exactamente como el que había mostrado Jobs. Recuerdo que probé ese primer equipo, por cortesía de Agustín Bracco, de MacStation, y fue una experiencia fascinante. Hoy estamos tan habituados que tendemos a arrastrar cosas incluso en las pantallas que no son táctiles.

Pero en aquél momento era de otro planeta. No podía ser cierto que un móvil hiciera lo que hacía el iPhone. Y sin embargo ahí estaba, en la palma de mi mano, con los mapas de Google, con llamadas a un toque, con las tapas de los CD bellamente expuestos en una pantalla enorme (para la época) y que respondía de forma tan instantánea que la ilusión resultaba impecable, sin fisuras. De un día para el otro, la sola idea de volver a esas pantallitas mínimas, de baja resolución, a esas botoneras interminables y tan intuitivas como la computadora de abordo del Apollo 11 se había vuelto absurda. Los smartphones de la época súbitamente parecían de la Edad de Piedra. Y, lo sabemos de sobra ahora, desde el 29 de junio de 2007 todos los teléfonos inteligentes iban a tratar de parecerse al iPhone. Sin excepción.
No sos vos, soy yo
Ahora, ¿por qué fue Apple, una compañía que fabricaba computadoras, la que hizo un teléfono celular tan avanzado que arrasó con colosos encumbrados e inventó una nueva industria? Precisamente porque los smartphones no son teléfonos, son computadoras que a veces (y cada vez menos) usamos para hablar.
¿Esto era un secreto? De ninguna manera, pero el adherirse a conceptos que parecen evidentes forma parte de la historia de la humanidad. Es evidente que la Tierra es plana. Basta mirar alrededor. ¿Cierto? Un smartphone es un teléfono, ¿no?
Pero además de que Motorola, Nokia y BlackBerry fabricaban teléfonos (no computadoras), hubo otro factor que contribuyó a que Apple fuera el primero en patear el tablero: los costos. La investigación y el desarrollo que condujeron al iPhone consumieron (oficialmente) unos 150 millones de dólares (177 millones de hoy).
Ahora, los invito a que se figuren a un CEO pidiéndole al directorio 177 millones de dólares para desarrollar algo que la compañía no necesita y que, de hecho, podría ser disruptivo para los negocios. Como mínimo, recibiría una reprimenda. Como máximo, se pondrían a buscarle sucesor.
Jobs mismo fue un factor decisivo en el nacimiento del iPhone, y por un número de motivos. No sólo porque se tomó el asunto de expandir el iPod para transformarlo en un teléfono como algo personal, sino porque no dio ni un paso atrás en el único aspecto clave del equipo: la pantalla táctil multitoque y la interfaz gráfica intuitiva. (Y la integración con las tiendas iTunes Store y AppStore, pero esa es otra historia, muy interesante, pero extendería mucho este artículo.)
Su legendaria tiranía, por otro lado, se había suavizado un poco, y ahora, al revés que a los 30, era capaz de resignar algunas cosas. Por ejemplo, su primer plan no había sido el iPhone, sino la iPad. El iPhone, destinado a revolucionar el mundo en un grado no menor que la computadora personal e Internet, fue en rigor un paso atrás en sus ambiciones.
Esta ambición fue también un factor decisivo. Había en Jobs algo que rara vez se ve en los altos ejecutivos de las grandes compañías. Era una mezcla de mesianismo e inocencia. Basta verlo presentar el iPhone para caer en la cuenta de que se trataba de su juguete y su obra maestra, que realmente le encantaba cómo había quedado, que creía en esa invención. Se lo tomaba como algo personal, con una vehemencia que es en general mal vista en las grandes organizaciones y que, sin embargo, es el único motor de toda disrupción. No se puede modelar el futuro desde la complacencia, sin un poco de locura y una dosis importante de apasionamiento.

La falacia de Jobs

El lado brillante de Steve Jobs enmascaraba otra faceta, obsesionada con el control y en la que reinaba su ego. En ese lado oscuro de su personalidad anida lo que llamo El Sofisma de Jobs. Para explicarlo recurriré a un ejemplo bastante brutal. Cuando visité el laboratorio Watson de IBM, en Yorktown Heights, Nueva York, hace mas de 25 años, vi en el lobby un muro interminable repleto de números. Miles de números, uno al lado del otro.
-¿Qué es eso? -pregunté.
-Nuestras patentes -me respondió el ejecutivo que me acompañaba.
Así que las patentes no son algo nuevo y loco de la última década. Pero la guerra termonuclear que Apple desató luego del lanzamiento de los smartphones de Samsung (y otros) chocó contra un hecho que el ego de Jobs no supo anticipar: todas las tecnológicas tienen muchísimas patentes. No sólo Apple. Todas. Y que esas patentes se podían comprar en masa. Google, por ejemplo, adquirió Motorola Mobility (en 12.500 millones de dólares) casi exclusivamente para quedarse con su vasta colección de patentes relacionadas con la telefonía celular y, de este modo, poder responder al fuego de Apple con más fuego.
El ego de Jobs creyó haber encontrado en el laxo sistema de patentes de Estados Unidos una forma de cubrir todo lo que sus genios habían desarrollado. Digo laxo porque le permitió a Apple, por ejemplo, patentar que los íconos tuvieran esquinas redondeadas. No era algo nuevo en Jobs, a decir verdad. Cuando el Escritorio para Linux KDE sacó su primera versión, recibió una carta documento de Apple porque le habían puesto Trash al tachito de basura. Esa palabra la tenían patentada ellos. Que desistieran. Por eso en Windows el tachito se llama Papelera de reciclaje (sí, a esos delirios llegamos).
Jobs se puso de este modo (y el sistema de patentamiento estadounidense también) en rumbo de colisión con una tradición de más de medio siglo en la que los laboratorios de investigación y desarrollo de las compañías tenían vasos comunicantes, por medio de licencias y acuerdos razonables. Él mismo había aprovechado esos vasos comunicantes cuando en 1979 descubrió la interfaz gráfica y el mouse desarrollados por Douglas Engelbart y su gente en el Xerox PARC. Adquirió la licencia para usar ambas invenciones a cambio de acciones de Apple. Así nació uno de sus "inventos disruptivos", la Mac.
Pero lo más grave de tal sistema de patentamiento es que, tal como está, no sirve para nada. En 2004, cuando el desarrollo del iPhone ya había empezado, Microsoft consiguió patentar el doble clic cuando fuera usado en Windows Mobile. ¿Qué ganó Microsoft con esto? Nada. El doble clic en dispositivos móviles ya se había vuelto obsoleto.
-¿Sabe quiénes son los únicos que ganan con las guerras de patentes? Los abogados -me dijo hace casi 7 años John "Maddog" Hall, director ejecutivo de Linux International.
No se equivocó. De la guerra termonuclear entre Apple y el resto del mundo nadie sacó ninguna ventaja. Todos perdieron energía y dinero. Más dinero, de hecho, que el que invirtieron en investigación y desarrollo.
El Sofisma de Jobs es el que pretende que el precio del iPhone podría haber sido de sólo 500 dólares sin los 30 años previos de una cultura de desarrollos inclusivos y accesibles. Si rigiera la visión exclusiva y egocéntrica que sostuvo siempre Jobs, el iPhone habría salido a la venta con un precio diez veces mayor. Y habría fracasado. Es verdad que el iPhone fue un enorme avance, pero fue uno que se erigía sobre los hombros de gigantes.
Eventualmente, tal cerrazón tuvo un costo adicional para Apple, que con el tiempo, empezó a perder la iniciativa. Diez años después, los descendientes de aquél iPhone increíble que cambió la historia juegan cada vez más una estrategia reactiva.
Pero todo el fenómeno del iPhone -el original, el primero, ese del que Ballmer se rió- deja una lección. El presente tecnológico es siempre frágil. Si estás viendo esta nota en una tablet o en un smartphone, sabelo, esas maquinarias están destinadas a dar, cualquier día de estos, un nuevo salto evolutivo. Bueno, es lo que más nos gusta de esta industria. Que mañana a la mañana podemos despertarnos en 2027.
Diario La Nación

sábado, 20 de mayo de 2017

Y la Privacidad donde esta?.... Ah ya se, hay que pedir permiso....

3 maneras en las que Facebook usa tu información de WhatsApp

  • 18 mayo 2017

Cuando WhatsApp anunció hace apenas un año -en agosto de 2016- que iba a compartir con Facebook los números de teléfono de sus usuarios y que facilitaría datos a las empresas, muchos se llevaron las manos a la cabeza.
Era la primera vez que la plataforma de mensajería cambiaba su política de privacidad desde que fue comprada por la red social en 2014.
Significaba, sin lugar a dudas, más avisos publicitarios y menos privacidad. Y algunos usuarios se sintieron traicionados ante lo que consideraron un "abuso de confianza", le explicó a la BBC Pamela Clark-Diskson, de la consultora tecnológica Ovum.

Este jueves, la Comisión Europea (CE) les dio la razón al anunciar la imposición de una multa de US$120 millones a la empresa de Mark Zuckerberg por haberle proporcionado "información engañosa" cuando compró WhatsApp.
Las empresas deben cumplir con todos los aspectos de las normativas sobre fusiones de la UE, incluida la obligación de proporcionar información correcta
Margrethe Vestager, comisaria europea de Competencia
Es la primera vez que Bruselas sanciona a una empresa por mentir durante un proceso de fusión.
La multa es "proporcionada y disuasoria", dijo Margrethe Vestager, encargada de políticas de competencia de la Comisión.
"Las empresas tienen que cumplir con todos los aspectos de las normativas sobre fusiones de la Unión Europea, incluida la obligación de proporcionar información correcta", explicó la comisaria europea en un comunicado.
Y la red social no lo hizo cuando aseguró (y reiteró) que no vincularía las cuentas entre los usuarios de ambos servicios.
Facebook dijo a través de un portavoz que "actuó de buena fe" y que trató de proporcionar "información precisa en cada momento".
Pero lo cierto es que cuando actualizó su política de privacidad para usar los números de teléfono de WhatsApp no sólo engañó a las instituciones europeas, sino también a sus propios usuarios.
¿Por qué corrió ese riesgo? Estas son algunas de las razones.

Ofrecerte sugerencias de amistad "relevantes"

Una de las principales razones por las que Facebook quiere tu número de teléfono es para poder conectarte con alguien con quien intercambiaste mensajes de texto pero aún no tenías agregado como "amigo" en la red social.


Derechos de autor de la imagen Getty Images
Image caption Facebook puede sugerirte la "amistad" de personas con las que hablaste a través de WhatsApp.
Si todavía no te ha ocurrido, no te sorprendas si te aparece la sugerencia del contacto de la vecina con la que te escribiste por teléfono o del fontanero que te escribió por WhatsApp para comprobar a qué hora llegaba a tu casa.
Eso sí, la decisión de si quieres agregarlos a Facebook o no... es cosa tuya.

Enviarte publicidad personalizada

No es un secreto que Facebook envía avisos publicitarios personalizados a sus usuarios. Basta con hacer una búsqueda en Google sobre un tema concreto para que te aparezcan anuncios relacionados en la red social sobre lo que le preguntaste al buscador.


Derechos de autor de la imagen Getty Images
Y las marcas lo usan a su favor, enviando su publicidad a "categorías" de usuarios según su edad, intereses, zona geográfica y muchos otros datos.

Pero la información que obtiene de ti a través de WhatsApp también puede servirle para este propósito.
El nuevo sistema para enviar publicidad selectiva a través de WhatsApp ya está en marcha, según se lee en un informe que publicó la agencia de noticias Reuters en marzo, tras obtener acceso a un documento interno.
De acuerdo con la investigación, las empresas podrán enviar "anuncios segmentados" a sus clientes potenciales directamente a través de WhatsApp.
La idea consiste en que las empresas paguen a WhatsApp a cambio de poder mandar mensajes a los usuarios de la aplicación.
"Queremos mejorar experiencias respecto a anuncios y productos", dijo Facebook a este respecto cuando adquirió el servicio de mensajería más usado en todo el mundo.
"Al conectar tu número con los sistemas de Facebook podremos mostrarte anuncios que te resulten relevantes", asegura la compañía en su blog.

Saber cuando te conectaste por última vez
Whatsapp también comparte información con Facebook sobre la última vez que utilizaste el servicio.
Puede que esto no parezca relevante a primera vista, pero puede ser vital para saber si eres un blanco interesante al que enviar publicidad a través de la plataforma y elaborar estadísticas sobre cómo usas la aplicación.
De hecho, puede conocer a qué hora te acuestas y te levantas tan sólo comprobando el uso que haces del servicio, si eres de los que utiliza la plataforma continuamente.


Derechos de autor de la imagen Getty Images
Facebook dice que no comparte el contenido de los mensajes y que estos son cifrados.
"Tus mensajes encriptados siguen siendo privados y nadie más podrá leerlos. Ni Whatsapp, ni Facebook ni nadie más", se lee en el blog de la compañía.



¿Es posible evitarlo?

Cuando Facebook cambió su política de privacidad en agosto 2016, pedía a sus usuarios que aceptaran sus nuevas condiciones de uso.
Al hacerlo, enviaba un mensaje automático. Y dentro de la opción "leer más" (un pequeño enlace integrado en el texto) permitía desactivar una casilla de verificación para evitar "compartir información de la cuenta"..
Sin embargo, los usuarios sólo tenían 30 días para cambiar de opinión. Y si en su día aceptaste los nuevos términos de uso no hay nada que puedas hacer. Al menos, por ahora.


Una Buena explicacion del WannaCry

WannaCry, las lecciones que seguimos sin aprender

No es el primer desastre informático de la historia. Ni será el último. Pero no escarmentamos





Pueden tomar al azar cualquier día del año y siempre darán con alguna brecha de seguridad más o menos importante. Algunos ataques son tan destructivos que llegan a la tapa de los diarios. Recuerdo la mayoría de memoria. El gusano Morris, en 1988; el virus Melissa, en 1999; el Love Letter, en 2000; el Code Red en 2001, y la lista sigue: Nimda, Slammer, Sasser, Mydoom, Conficker.
Salvo el Morris, que ocurrió antes de que Internet se volviera pública, me tocó cubrir todos estos ataques. Mi absoluto pesimismo respecto de la seguridad informática no es paranoia. Se basa en hechos. La obra social estadounidense Anthem perdió 80 millones de registros; al Servicio Nacional de Salud británico (NHS, por sus siglas en inglés) le robaron 26 millones de historias clínicas (en las dos semanas anteriores al WannaCry); Netflix perdió en abril 19 capítulos de Orange is the new black, y a Disney, estos días, un largometraje completo que estaba por estrenar; de Ashley Madison se llevaron los datos de 33 millones de cuentas de usuarios; a Ebay le sacaron los datos de 145 millones de miembros; al JP Morgan le extrajeron información financiera de 76 millones de individuos y 7 millones de pyme; a Home Depot se le escaparon los números de 56 millones de tarjetas de crédito de sus clientes, y a Friend Finder le sacaron 412 millones de correos electrónicos y sus correspondientes contraseñas. En 2014 Yahoo! perdió a manos de los piratas 500 millones de cuentas de sus usuarios (la brecha se conoció en 2916). ¿Me olvido de alguien? El Facebook ruso, llamado VK, fue hackeado. MySpace, también. La Comisión Electoral de Filipinas, lo mismo. Hasta las elecciones presidenciales estadounidenses fueron comprometidas. Aclaro que esta lista es una fracción insignificante de las principales brechas de seguridad. El sitio Have I been pwned? tiene una base de datos de más de 3700 millones de cuentas comprometidas.


El viernes 12 de mayo, que ahora figura en un lugar destacado en estos anales aterradores, chocamos de nuevo contra un iceberg. Esta vez, fue el WannaCry, contracción de WannaCrypt ("Quiero encriptar", en inglés) y un obscenamente sarcástico juego de palabras. WannaCry significa en ese idioma "Quiero llorar", que es exactamente lo uno siente si descubre que un virus le ha bloqueado todos los archivos importantes de la computadora.
El WannaCry explotaba una vulnerabilidad de Windows usando una de las ciberarmas robadas a la National Security Agency de Estados Unidos (NSA, por sus siglas en inglés). Por donde se lo mire, hay algo delirante en que le hayan robado un arsenal de armas cibernéticas a la agencia nacional de seguridad del país más poderoso de la Tierra. Si no están en condiciones de evitar que esas armas lleguen a manos equivocadas, deberían empezar por no crearlas. Pero es muy probable que creyeran en lo que, más o menos, todo el mundo cree: que sí podían mantenerlas a buen resguardo, que con su presupuesto astronómico eran invulnerables.


No lo eran.
En realidad, no todo el mundo cree en tal invulnerabilidad. Los jefes de seguridad informática intentan, en general sin éxito, que sus organizaciones presten oídos a las reglas más elementales. No abrir adjuntos sin pensarlo dos veces, digamos. Todos mis amigos en departamentos de sistemas, sin excepción, me han contado de gerentes y directores que, confiados en que su poder alcanza a los bits, han abierto adjuntos indiscriminadamente. Hasta que al final causaron un incidente.


Otra regla básica: mantener el software actualizado. Es lo que la gente de sistemas del NHS advirtió en marzo, cuando Microsoft liberó un parche que habría evitado un ataque como el del WannaCry. No les prestaron atención. "Esos paranoicos, siempre exagerando," habrán razonado.
¿Cómo les robaron esas ciberarmas a la NSA? Ahí la cosa es más opaca, pero casi con entera seguridad un empleado las sustrajo desde adentro.
Ahora, imaginemos que un infiltrado, con el apoyo de una nación enemiga, se roba los planos para fabricar un dispositivo termonuclear. O que se roban esos planos hackeando un servidor. Para usarlo tendrán que, como mínimo, refinar uranio. No es fácil. O comprar el material fisionable en el mercado negro y contrabandearlo. Robarse la bomba atómica terminada ya es más difícil. Digo, ¿cómo declarás algo así en la aduana? Por último, se necesita un lanzador, un misil.
Con las armas digitales ocurre algo completamente diferente. En un centímetro cuadrado de un disco duro moderno caben, grosso modo, 12.500 millones de caracteres. Eso equivale al texto de 12.500 Biblias, o una pila de Biblias de 625 metros de altura; diez veces el Obelisco.
Más fácil: en un pendrive es posible transportar todo el código fuente de todas las ciberarmas de destrucción masiva de todas las naciones del mundo. Y sobrará espacio. Los 251.287 cables clasificados que dio a conocer WikiLeaks en 2010 fueron transportados en una memoria flash. Ocupan algo así como 1500 millones de caracteres (1,5 gigabytes). Un pendrive tiene hoy no menos de cinco veces esa capacidad. Y los hay con 170 veces más espacio. Se los consigue en Amazon por 23 dólares (el modelo a prueba de agua).
Esta es la idea que no termina de prender. Intentamos conducirnos en el espacio virtual según las mismas reglas del mundo real. Las cosas van a salir mal de forma casi sistemática, como si tratáramos de hacer una caminata espacial en traje de baño.
El WannaCry no usó (al menos en la etapa aguda de la infección) ninguna estrategia de ingeniería social. Se propagaba por las redes buscando el puerto TCP 445. Si estaba expuesto y ese Windows había sido emparchado, iniciaba el ataque. (Además verificaba si un cierto dominio estaba online -el famoso kill-switch- y si existía una cierta clave en el Registro de Windows. Salvaguardias de los autores.)
No es imposible que el paciente cero haya abierto un mail con un adjunto infectado o un link malicioso, y que desde su computadora se haya propagado el WannaCry. No lo sabemos, y es lo de menos. El hecho es que antes había que enviar bombarderos y tanques para causar el mismo daño que hoy puede provocar un fragmento de código que pesa menos que una bacteria y se cuela en milisegundos por las redes sin hacer ningún ruido.
El título de esta columna debería ser "Qué lecciones nos deja el WannaCry". Pero voy a decirlo clarísimo: nos deja un montón, pero no vamos a aprender ninguna. Si no lo hicimos con el Morris, el Code Red o el Melissa, si ni siquiera escarmentamos con el catastrófico Love Letter, esta vez tampoco va a ser la excepción. Puedo apostarlo. En un mes, un año o un lustro vamos a volver a tener una epidemia como la del viernes negro. Mucho peor, probablemente, a medida que nos volvemos cada vez más dependientes de los dispositivos digitales e Internet.
¿Cuáles son las lecciones que seguimos sin aprender? Muchas, en rigor. Aparte de las que menciono a continuación, se pueden encontrar varios artículos estos días sobre el particular. Este, por ejemplo, de Ericka Chickowski, y este otro, excelente, de un veterano administrador de sistemas, Dave Cartwright.

Es virtual

La primera lección, la más difícil de incorporar, es la que mencioné antes. Esto es virtual, muchachos. Dejen de pensar como si las fronteras, las aduanas, los muros, los guardias armados o la logística tuvieran algo que ver con el código. No pesa, no se ve, no hace ruido, no aparece en el radar.

Las fallas no son la excepción

Las vulnerabilidades son la regla, no la excepción. Tomo una semana cualquier del año, la del 17 de abril, y cuento las vulnerabilidades críticas informadas en ese período por el Centro de Respuesta a Emergencias Informáticas de Estados Unidos (el US-CERT). Son 24. Hagamos la mitad y extrapolemos. Son más de 600 fallas como la que le abrió las puertas al ataque del 12 de mayo. En la lista aparecen productos de todo pelaje, desde Ubuntu y el servidor Web Apache, hasta Android, software de Cisco, Apple, Microsoft y Adobe; nombren un programa y en algún momento se le encontrarán fallas críticas.

Es virtual, pero también es real

Un fragmento de código puede causar daño en el mundo real. Esto tampoco es nuevo. El Love Letter, en 2000, sobrescribió con datos al azar imágenes y documentos de Office. El daño se estimó en 15.000 millones de dólares. ¿Habrá causado alguna muerte el WannaCry? No se sabe de ninguna, pero esta vez atacaron centros de salud.

¡Actualizar, actualizar, actualizar!

Los jefes de seguridad informática repiten esto sin que nadie les preste atención. Si Telefónica, el NHS y las demás organizaciones afectadas hubieran actualizado a tiempo, el WannaCry habría tenido un impacto mínimo.
OK, sí, es cierto, emparchar las computadoras de una compañía con muchos empleados (Telefónica tiene unos 120.000) es complicado y las cosas pueden salir mal. Pero cuando se trata de vulnerabilidades críticas hay que poner manos a la obra. Especialmente si, de pronto, les roban a la NSA ciberarmas que explotan precisamente algunas de esas vulnerabilidades.
Por otro lado, si es complicado, pero hay que hacerlo porque un ataque podría dejarte fuera de combate, ¿cuál sería la solución? ¿Destinar más recursos para los sufridos muchachos de seguridad o postergarlo porque "es complicado"? Todo es complicado cuando tenés varias decenas de miles de miembros. Lo que no cuaja es el concepto de que sí, es complicado, pero primero que nada es urgente.

Backup

Hasta da un poquito de vergüenza insistir con esto. Es viejo como las tarjetas perforadas. Si no había tiempo o voluntad para emparchar, el WannaCry habría encontrado un rival formidable en un buen sistema de backup (inaccesible para el gusano). En el nivel individual eso puede hacerse con un simple y accesible disco externo. La medida no sólo es útil contra los ransomware, sino contra cualquier falla catastrófica del disco, la pérdida o robo del equipo, y así.

Software original

La mayoría de los ataques opera, en algún punto, sobre vulnerabilidades. Desde el gusano Morris, que aprovechaba fallas de varios programas de Unix -sendmail, finger y otros-, hasta el WannaCry, el patrón es ineludible, siempre van a caer más las computadoras con sistemas desactualizados.
Windows XP al principio del ataque del WannaCry parecía estar a salvo, porque Microsoft no lo listaba entre los sistemas vulnerables. La verdad es que no lo listaba porque el ciclo de vida de este sistema se terminó en abril de 2014 y, por lo tanto, ya no recibe actualizaciones. Al final, Microsoft tuvo que publicar una solución para XP. Lo hizo el lunes 15 de mayo. Les guste o no allá en Redmond, todavía hay unos 140 millones de computadoras con XP. Entre otros, el NHS.
El ejemplo de XP es interesante por otro motivo. A los fines prácticos, un sistema operativo que ya no recibe soporte del fabricante es equivalente a un sistema operativo (o cualquier otro software) sin licencia original. Esta es la razón por la que algunos técnicos que instalan Windows pirateados aconsejan "no instalar actualizaciones porque pueden dañar el sistema". En realidad, las actualizaciones sólo van a dañar los bolsillos del técnico, porque el sitio de Microsoft alertará al usuario de que su Windows no es original. Si el presupuesto realmente no alcanza para Windows, un Linux puede reemplazar sin problemas al sistema de Microsoft en la mayoría de las aplicaciones.

El factor humano

En 2011 hackearon la compañía de seguridad RSA, proveedora de seguridad informática de la banca y la industria bélica estadounidense; era, posiblemente, la organización mejor blindada del planeta. Lograron entrar y robar información extraordinariamente sensible porque un empleado de bajo rango abrió una planilla de cálculo de Excel infectada. Este frente, el humano, es el eslabón más débil de la cadena. Es allí donde las compañías y organismos de gobierno deben invertir dinero y esfuerzos para reducir las superficies de ataque. Porque ésta no admite parches.

miércoles, 17 de mayo de 2017

Es el DeLorean DMC-12 de Volver al Futuro

Qué es el mecanismo de Anticitera y por qué es el objeto más misterioso de la historia de la tecnología


El mecanismo de Anticitera
Image captionFrágil, intrigante y repleto de sorpresas: item 15.087 del Museo Arqueológico Nacional en Atenas.

De no haber sido por una tormenta en la rocosa isla griega de Anticitera hace poco más de un siglo, uno de los objetos más desconcertantes y complejos del mundo antiguo quizás no habría sido descubierto jamás.
Tras refugiarse en la isla, un equipo de buscadores de esponjas marinas decidieron ver si tenían suerte bajo esas aguas.
Se toparon en cambio con los restos de una galera romana que había naufragado en medio de otra tormenta hacía 2.000 años, cuando el Imperio romano empezó a conquistar las colonias griegas en el Mediterráneo.
En la arena del fondo del mar estaba el cúmulo más grande de tesoros griegos que se haya encontrado jamás.

Cara de una estatua griega en la arena
Image captionUn tesoro en el fondo del Mediterráneo.
Estatua griega
Image captionObras incomparables que habían sobrevivido el saqueo de los romanos y siglos en el agua del mar.

Entre las hermosas estatuas de cobre y mármol estaba el objeto más intrigante de la historia de la tecnología.
Es de bronce corroído, no más grande que una laptop moderna, hecha hace 2.000 años en la antigua Grecia.
Se le conoce como el mecanismo de Anticitera. Y resultó ser una máquina del futuro.
"Si no lo hubieran descubierto en 1900, nadie se habría imaginado, ni siquiera creído, que algo así existía... ¡es tan sofisticado!", le dice a la BBC el matemático Tony Freeth.

Increíble


Detalle del mecanismo
Image captionAl principio, el artefacto no le decía nada a los científicos, pero luego notaron que tenía marcas e inscripciones.

"¡Imagínate: alguien, en algún lugar de la antigua Grecia, hizo una computadora mecánica!", exclama el físico griego Yanis Bitzakis quien, como Freeth, es parte del equipo internacional de investigación del asombroso artefacto.
"Es un mecanismo de una genialidad realmente sorprendente", añade Freeth.
No están exagerando.
Tuvieron que pasar unos 1.500 años antes de que algo que se aproximara al mecanismo de Anticitera volviera a aparecer, en la forma de los primeros relojes mecánicos astronómicos, en Europa.
Sin embargo, éstas son las conclusiones; entender qué era el misterioso objeto tomó tiempo, conocimientos y esfuerzo.

Imposiblemente adelantado a su tiempo

Uno de los problemas era su anacronismo.
El primero en examinar en detalle los 82 fragmentos recuperados fue el físico inglés y padre de la cienciometría Derek J. de Solla Price.
Empezó en los años 50 y en 1971, junto con el físico nuclear griego Charalampos Karakalos, tomó imágenes con rayos X y rayos gamma de las piezas.
Descubrieron que había 27 ruedas de engranaje adentro, y que era tremendamente complejo.

diseño 27 ruedas de engranaje
Image captionLa primera sorpresa: adentro encontraron 27 ruedas de engranaje.

Los expertos habían logrado fechar con considerable precisión algunas de las otras piezas encontradas entre el año 70 a.C. y 50 a.C.
Pero un objeto tan extraordinario no podía datar de esa época. Quizás era mucho más moderno y sólo por casualidad había caído en el mismo sitio, pensaban varios.

127 y 235 dientes

Price adivinó que contar los dientes en cada rueda podía dar alguna pista sobre la función de la máquina.
Con imágenes bidimensionales, las ruedas se superponían, lo que dificultaba la tarea, pero logró establecer dos números: 127 y 235.
"Esos dos números eran muy importantes en la Grecia antigua", señala el astrónomo Mike Edmunds.
¿Sería posible que los estuvieran usando para seguir el movimiento de la Luna?

Antiguo griego examinando el cielo
Image captionLos números que empezaron a surgir coincidían con los conocimientos de los griegos de la época. Lo incomprensible es que provinieran de ese objeto misterioso.

La idea era revolucionaria y tan avanzada que Price dudó de la autenticidad del objeto.
"Si los científicos griegos antiguos podían producir estos sistemas de engranaje hace dos milenios, toda la historia de la tecnología de Occidente tendría que reescribirse", resalta Freeth.

¿Lograron mecanizar sus conocimientos?

La Grecia de hace dos milenios es una de las culturas más creativas que hayan existido jamás, así que no estaba en tela de juicio cuán magnífico fue su desarrollo en todos los campos, incluso en astronomía, considerada entonces como una rama de las matemáticas.

Órbita de astros
Image captionLos antiguos griegos sabían mucho de los cuerpos celestiales, por complicadas que fueran sus órbitas.

Sabían cómo se movían los cuerpos celestiales en el espacio, podían calcular sus distancias y conocían la geometría de sus órbitas.
¿Habrían sido capaces de meter astronomía y matemáticas complejas en un artilugio y programarlo para que siguiera el movimiento de la Luna?
El número 235 que había encontrado Price era la clave del mecanismo para computar los ciclos de la Luna.
"Los griegos sabían que de una nueva Luna a la siguiente pasaban en promedio 29,5 días. Pero eso era problemático para su calendario de 12 meses en el año, porque 12 x 29,5 = 354 días, 11 días menos de lo necesario"", le explica a la BBC Alexander Jones, historiador de astronomía antigua.
"El año natural, con las estaciones, y el año calendario perderían la sincronía".

Cuentas días en año solar con meses lunares
Image captionLas cuentas no daban si sólo se tenía en cuenta un año solar, pero en un ciclo de 19 años...

No obstante, también sabían que 19 años solares son casi exactamente 235 meses lunares, un ciclo cuyo nombre es metónico.
"Eso significa que si tienes un ciclo de 19 años, a largo plazo tu calendario va a estar en perfecta sintonía con la estaciones".
Como confirmándolo, en uno de los fragmentos del mecanismo de Anticitera encontraron el ciclo metónico.

Revoluciones

Gracias a los dientes de las ruedas de engranaje, el mecanismo empezó a revelar sus secretos.
Las fases de la Luna eran inmensamente útiles en esa época.
De acuerdo a ellas se determinaba cuándo sembrar, cuál era la estrategia en la batalla, qué día eran las fiestas religiosas, en qué momento pagar las deudas o si podían hacer viajes nocturnos.
El otro número, 127, le sirvió a Price para entender otra función relacionada con nuestro satélite natural: el aparato también mostraba las revoluciones de la Luna alrededor de la Tierra.
Tras 20 años de intensa investigación, Price concluyó que ya había resuelto el acertijo.
Sin embargo, quedaban piezas del rompecabezas por encajar.

Engranaje de cerca
Image captionCada diente de cada rueda suponía otra incógnita. Pero al menos habían dado con la clave.

El futuro 223

El siguiente paso requirió de tecnología hecha a la medida. Y un equipo internacional de expertos dedicado a investigar el mecanismo de Anticitera.
El equipo logró convencer a Roger Hadland, ingeniero de rayos X, de que diseñara y llevara al Museo Arqueológico Nacional en Atenas una máquina especial para hacer imágenes tridimensionales del mecanismo.
Y, valiéndose de otro aparato que realzó los escritos que cubren buena parte de los fragmentos, los investigadores encontraron una referencia a los engranajes y a otro número clave: 223.
Tres siglos antes de la edad de oro de de Atenas, los antiguos astrónomos babilonios descubrieron que 223 lunas tras un eclipse (18 años y 11 días, conocido como un ciclo de saros), la Luna y la Tierra vuelven a la misma posición de manera que probablemente se producirá otro parecido.

Tallado babilonio
Image captionGracias a millones de tabletas con datos históricos que habían archivado a lo largo del tiempo, los babilonios encontraron el patrón de los eclipses.

"Cuando había un eclipse lunar, el rey babilonio dimitía y un substituto asumía el mando, de manera que los malos augurios fueran para él. Luego lo mataban y el rey volvía a asumir su posición", cuenta John Steele, experto en Babilonia del Museo Británico.
Y resulta que 223 era el número de otra de las ruedas del artilugio.
El mecanismo de Anticitera podía ver el futuro... podía predecir eclipses.
No sólo el día, sino la hora, la dirección en la que la sombra cruzaría y el color del que se iba a ver la Luna.

eclipses
Image captionLa información que los investigadores encontraron en el mecanismo de Anticitera sobre los eclipses es sorprendentemente detallada.

Todo dependía de la Luna
Como si eso no fuera suficientemente asombroso, descubrieron otra maravilla.
El ciclo de saros dependía del patrón del movimiento de la Luna y "nada sobre la Luna es sencillo", declara Freeth.
"No sólo su órbita es elíptica -de manera que viaja más rápido cuando está más cerca de la Tierra-, sino que esa elipse también rota lentamente, en un período de 9 años".
¿Podía el mecanismo de Anticitera rastrear ese sendero fluctuante de la Luna?

ruedas de engranaje
Image captionUn mecanismo más complejo para lidiar con los caprichos de la Luna.

Efectivamente, podía: dos ruedas de engranaje más pequeñas, una de ellas con una pinza para regular la velocidad de rotación, replicaban con precisión el tiempo que se demora la Luna en orbitar, mientras que otra, con 26 dientes y medio compensaba por el desplazamiento de la órbita.
Y, por si fuera poco, al examinar lo que queda de la parte frontal del aparato, el equipo de expertos concluyó que solía tener un planetario como lo entendían en ese momento: con la Tierra en el centro y cinco planetas girando a su alrededor.

mecanismo de Anticitera cara planetario
Image captionEl movimiento de los cinco planetas que se podían observar a simple vista: Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno.

"Era una idea extraordinaria: tomar teorías científicas de la época y mecanizarlas para ver que pasaría días, meses y muchas décadas después", subraya el matemático.

Un acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma

"Esencialmente fue la primera vez que la raza humana creó una computadora", añade Freeth.
"Es verdaderamente increíble que un científico de esa época descubrió cómo usar ruedas de engranaje de bronce para rastrear los complejos movimientos de la Luna y los planetas".
Pero... ¿quién fue?
Nuevamente, exploraron lo que nos quedó del fabuloso artilugio para buscar la respuesta.
Una pista estaba en otra de sus funciones.
El mecanismo de Anticitera predecía además la fecha exacta de los Juegos Panhelénicos: los Juegos de Olimpia, los Juegos Píticos, los Juegos Ístmicos, los Juegos Nemeos.
Lo curioso es que, aunque los Juegos de Olimpia eran los más prestigiosos, los Ístmicos, en Corinto, aparecen en letras mucho más grandes.

Ilustración en cerámica de los Juegos Ítsmicos
Image captionLlamaba la atención que los juegos que se celebraban en el istmo de Corinto cada dos años en honor a Poseidón aparecieran destacados.

Además, los expertos ya habían notado que los nombres de los meses que aparecían en otra rueda eran corintios.
La evidencia apuntaba a que el diseñador era un corintio y que vivía en la colonia más rica gobernada por esa ciudad: Siracusa.
Siracusa era el hogar del más brillante de los matemáticos e ingenieros griegos: Arquímedes.
Nada más y nada menos que quizás el científico más importante de la Antigüedad clásica, el hombre que había determinado la distancia a la Luna, encontrado cómo calcular el volumen de una esfera y de ese número fundamental π; que había asegurado que con una palanca movería el mundo y tanto más.
"Sólo un matemático tan brillante como Arquímedes podría haber diseñado el mecanismo de Anticitera", opina Freeth.

Arquimedes con palanca y mundoDerechos de autor de la imagenGETTY IMAGES
Image caption"Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo".

Lo cierto es que Arquímedes estaba en Siracusa cuando los romanos llegaron a conquistarla y que el general Marco Claudio Marcelo ordenó que no lo mataran, pero un soldado lo hizo.
Siracusa fue saqueada y sus tesoros enviados a Roma. El general Marcelo sólo se llevó dos piezas consigo, ambas -dijo- eran de Arquímedes.
El equipo de investigación piensa que eran versiones anteriores del mecanismo.
Un indicio se encuentra en una descripción que escribió el formidable orador Cicero de una de las máquinas de Arquímedes que vio en la casa del nieto del general Marcelo.
"Arquímedes encontró la manera de representar con precisión en un sólo aparato los variados y divergentes movimientos de los cinco planetas con sus distintas velocidades, de manera que el mismo eclipse ocurre en el globo que en la realidad".

Planeario
Image captionAlgo así describió Cícero.

¿Qué pasó con la brillante tecnología griega que produjo la primera computadora?

¿Por qué no se desarrolló? ¿Por qué se perdió?
Como tantas otras cosas, con la caída de los griegos y luego los romanos, los conocimientos "emigraron" hacia el oriente, donde los bizantinos los guardaron por un tiempo y luego pasaron a los eruditos árabes.
El segundo artilugio con engranajes de bronce más antiguo que se conoce es del siglo V e inscripciones en árabe.
Y en el siglo XIII los moros llevaron esos conocimientos de vuelta a Europa.

Piezas del mecanismo de Anticitera
Image captionTodos las piezas para introducir todos los conocimientos en una caja.

Investigaciones previas establecieron que el mecanismo estaba metido en una caja de madera, que no sobrevivió el paso del tiempo.
Una caja que contenía todo el conocimiento del mundo, el tiempo, el espacio y el Universo.
"Es un poco intimidante darse cuenta de que justo antes de la caída de su gran civilización, los antiguos griegos habían llegado tan cerca a nuestra era, no sólo en su pensamiento sino también en su tecnología científica", dijo Derek J. de Solla Price.

mecanismo de Anticitera
Image caption¡Cuán lejos llegó la Antigua Grecia!

Más detalles en https://www.youtube.com/watch?v=Q124C7W0WYA

Diario BBC